El Silencio Huyó
No encuentro un mínimo sentido a lo que viví, pero estas páginas que ahora escribo a la luz trémula de una vela son el último y más honesto intento de dárselo. Son mi confesión y, quizás, mi única lápida. Vamos desglosando este sinsentido. Por suerte, o por desgracia, mis padres me enviaron a la escuela primaria. Éramos una familia de recursos escasos, de manos encallecidas y platos que no siempre rebosaban, pero insistieron en que recibiera una buena educación. Para aquel niño que yo era, un ser que no hablaba con nadie, apartado en un mundo interior que solo él conocía, la escuela fue un exilio. Mi patria era un reino sin gente, un vasto imperio de quietud donde yo era el único soberano. El silencio no era vacío, era mi compañero; la nada no era ausencia, era plenitud. Por eso, mis primeros días entre el bullicio y las miradas ajenas fueron un ejercicio de terror puro. Sin embargo, el ser humano es una criatura maleable. La compañía forzada de algunos niños limó mis aristas má...
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